domingo, 8 de noviembre de 2020

7 de noviembre del 36

 

7 de noviembre 1.936.

Dos cárceles, la de Arroyo de San José y la de Soto de Aldovea, mantienen en sus instalaciones a unas 2.500 personas. Estos prisioneros habían sido conducidos allí por haber “sufrido” la simple denuncia de algún vecino. Entre ellos muchos eran religiosos y menores de edad; Samuel Ruiz es uno de estos niños apresados… 13 años.

Entre los presos hay una lógica inquietud. Todos conocen que en las últimas semanas varias prisiones cuya vigilancia y custodia estaba a cargo de funcionarios han sido transferidas a los milicianos que procedían a fusilar sin más preámbulo a los más “afortunados”. Los más desgraciados son sometidos, antes de ser asesinados, a macabros juegos… y si eres mujer a todo tipo de vejaciones.

Samuel escucha atentamente las conversaciones de sus compañeros de encierro y a pesar de su corta edad siente ya lo que es el miedo y la muerte; conoce de primera mano y ha sufrido en su familia los métodos de los republicanos.

Esa noche, los funcionarios encargados de aquellas 2.500 personas, les reúnen en el patio. Se les notifica que van a ser trasladados a Valencia. El miedo cambia a terror. Sin embargo, el alguacil les enseña un documento que tranquiliza el ambiente: se trata de una notificación de traslado o libertad firmada por Segundo Serrano Poncela, delegado de Orden Público de la Consejería de Orden Público de la Junta de Defensa de Madrid. Este tal Segundo Serrano es el brazo derecho de Santiago Carrillo en Madrid.

La estrategia de embuste para estos casos del “tripartito” de la zona republicana (Partido Socialista, Partido Comunista y UGT) da buen resultado: evitar histerismos y rebeliones entre los sentenciados a muerte haciéndoles creer falsas expectativas. En esta ocasión hay una orden novedosa: los presos deben de ser trasladados en autobuses de dos pisos, bien apretados y compactos, con el objeto de gastar el mínimo de gasolina posible.

Los desgraciados son por lo tanto introducidos en estos autobuses. Samuel entre ellos. Los viajeros van tan apretados que casi se hace imposible respirar. “¿Y así hasta Valencia?” dice un crío junto a Samuel. Un hombre invita al niño y a Samuel a rezar un Padrenuestro. Y así lo hacen.

Pasados 10 minutos de su partida, los buses se detienen. Los prisioneros son obligados a bajar. Algunos de los ocupantes entienden que el viaje a Valencia ha finalizado a escasos 5 kilómetros de Arroyo de San José y Soto de Aldovea, y comienzan a llorar y a gritar. Los más “revoltosos” son apartados a culatazos. Se les conduce detrás de un muro en donde pasado unos escasos minutos se escuchan disparos secos.

Los demás caminan unos 50 metros, junto a una enorme zanja de un par de metros de profundidad. Se les llama a colocarse uno junto a otro a escasos centímetros del foso. El olor a orín y a excrementos de entre los prisioneros inunda el ambiente. Samuel, al tiempo que obedece de manera autómata a los milicianos, continúa rezando junto al hombre del bus. Alguno de los presos se lanzan al hoyo… “¡¡no gastéis munición con esos!!; no pueden salir y morirán asfixiados cuando caiga el resto sobre ellos”.

El 7 de noviembre de 1.936, hace hoy 84 años, 2.500 personas fueron asesinadas por unos 25 milicianos en Paracuellos del Jarama.

Entre ellos Samuel Ruiz. La escasa munición de la que disponía el ejército republicano hizo que muchos de aquellas personas exterminadas murieran desangradas dentro de la fosa y no rematadas como se hacía normalmente en otros fusilamientos.

REQUIESCAT IN PACE (descansen en paz) las 2.500 personas asesinadas en Paracuellos del Jarama. A los que estamos vivos solo nos queda intentar mantenernos en la estela del hombre que estuvo rezando hasta el último instante junto a Samuel y así mantenernos tan consistentes en nuestra humanidad como para perdonar a los que hoy, desde las instituciones, invocan a que “ardan las iglesias como en el 36”. 



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