Hace dos semanas tuve una
celebración en la Parroquia Nuestra Señora de las Nieves, sita en el barrio
madrileño de Montecarmelo. En medio del estado de confinamiento, obligados por
el covid19, la ceremonia religiosa prevista requería una disposición inédita; para
ello don José, sacerdote encargado de la conmemoración, se había personado en
la iglesia un cuarto de hora antes. Andaba en los cuidados de los objetos
litúrgicos, solitario y concentrado.
Y entré a saludarle. Sin apartar
su atención de los preparativos del templo conversamos sobre la tragedia de los
miles de muertos diarios que la enfermedad estaba dejando en el mundo y
especialmente en España. Y hablamos de la terrible soledad de los muertos, de
su injusta pena a morir envueltos rodeados de la tristeza inmensa que debe
suponer no pasar ese último trance rodeado de los seres queridos, del ser
amado…sin una mano aferrada a otra persona.
Impacta pensar que estas
personas, en el último momento de su agonía, lo hacían escoltados por
sanitarios anónimos uniformados como astronautas, con mascarillas y gafas
oscuras. Así había dispuesto el destino el adiós de tantas personas
pertenecientes a una generación de héroes; porque héroes son aquellos que
sufrieron una guerra entre hermanos, levantaron España e incluso se fundieron
los unos y los otros, pasado un tiempo, en un abrazo de concordia.
Don José, abstraído en su
trabajo, escuchaba.
Y aportó una corrección a la
imagen que yo tenía de la situación de estos enfermos terminales:
“hubo muchos sacerdotes cerca de
estas personas. Estos curas eran informados del
inaplazable y próximo final de los enfermos; entonces se acercaban, se
quitaban las mascarillas, las gafas y los guantes; y así acompañaban en el
último adiós a los enfermos.”
Y es forzoso conmoverse ante este
ceremonial personal, íntimo, decidido envuelto de una caridad infinita; se
liberaban de las mascarillas, de las gafas y los guantes y mirando a los ojos
al paciente convertían la dolorosa despedida en una prodigiosa lección de
misericordia.
“Y muchos sacerdotes se
infectaron en esta acción. Y han muerto”
Este blog, página de facebook “lo
mejor el pueblo” nace hace un mes escaso como plataforma de apoyo a unos
valores anclados en la defensa de la familia, la concordia y la igualdad.
Y aunque los tiempos vienen
revueltos, oscuros y con escaso contenido, tengo que ser necesariamente
optimista. Al arrojo de Isabel Díaz-Ayuso, al temple de José Luis Almeida, a la
valentía de Santiago Abascal, al arrojo de Macarena Olana, a la impasible y tenaz defensa de la vida de
Jaime Mayor Oreja, a las cientos de plataformas que están surgiendo desde la
sociedad civil para defender los colegios de educación especial, a la labor
silenciosa y constante de Caritas (bajo cuyo cuidado, por cierto, acabaron el 90
% de los inmigrantes llegados a España en el mediático barco Aquarius), a las
cientos de miles de entidades surgidas de manera altruista y generosa
consagradas a formar un dique de contención sólido ante el asedio a las
libertades de las personas… a toda esa gente hay que sumarle las manos de
nuestros sacerdotes prendidas a los agonizantes.
Tenemos que ser optimistas viendo
el contraste de gestos: los unos ocultando muertos, falseando datos y
escondiéndose de cualquier daño que pueda ocasionarles una foto junto a la
desgracia de tantos cientos de miles de fallecidos; y los otros liberándose de
las mascarillas, los guantes y las gafas.
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