jueves, 2 de julio de 2020

hay que sumar las manos de nuestros sacerdotes


Hace dos semanas tuve una celebración en la Parroquia Nuestra Señora de las Nieves, sita en el barrio madrileño de Montecarmelo. En medio del estado de confinamiento, obligados por el covid19, la ceremonia religiosa prevista requería una disposición inédita; para ello don José, sacerdote encargado de la conmemoración, se había personado en la iglesia un cuarto de hora antes. Andaba en los cuidados de los objetos litúrgicos, solitario y concentrado.

Y entré a saludarle. Sin apartar su atención de los preparativos del templo conversamos sobre la tragedia de los miles de muertos diarios que la enfermedad estaba dejando en el mundo y especialmente en España. Y hablamos de la terrible soledad de los muertos, de su injusta pena a morir envueltos rodeados de la tristeza inmensa que debe suponer no pasar ese último trance rodeado de los seres queridos, del ser amado…sin una mano aferrada a otra persona.

Impacta pensar que estas personas, en el último momento de su agonía, lo hacían escoltados por sanitarios anónimos uniformados como astronautas, con mascarillas y gafas oscuras. Así había dispuesto el destino el adiós de tantas personas pertenecientes a una generación de héroes; porque héroes son aquellos que sufrieron una guerra entre hermanos, levantaron España e incluso se fundieron los unos y los otros, pasado un tiempo, en un abrazo de concordia.

Don José, abstraído en su trabajo, escuchaba.

Y aportó una corrección a la imagen que yo tenía de la situación de estos enfermos terminales:
“hubo muchos sacerdotes cerca de estas personas. Estos curas eran informados del  inaplazable y próximo final de los enfermos; entonces se acercaban, se quitaban las mascarillas, las gafas y los guantes; y así acompañaban en el último adiós a los enfermos.”     

Y es forzoso conmoverse ante este ceremonial personal, íntimo, decidido envuelto de una caridad infinita; se liberaban de las mascarillas, de las gafas y los guantes y mirando a los ojos al paciente convertían la dolorosa despedida en una prodigiosa lección de misericordia.

“Y muchos sacerdotes se infectaron en esta acción. Y han muerto”

Este blog, página de facebook “lo mejor el pueblo” nace hace un mes escaso como plataforma de apoyo a unos valores anclados en la defensa de la familia, la concordia y la igualdad.

Y aunque los tiempos vienen revueltos, oscuros y con escaso contenido, tengo que ser necesariamente optimista. Al arrojo de Isabel Díaz-Ayuso, al temple de José Luis Almeida, a la valentía de Santiago Abascal, al arrojo de Macarena Olana,  a la impasible y tenaz defensa de la vida de Jaime Mayor Oreja, a las cientos de plataformas que están surgiendo desde la sociedad civil para defender los colegios de educación especial, a la labor silenciosa y constante de Caritas (bajo cuyo cuidado, por cierto, acabaron el 90 % de los inmigrantes llegados a España en el mediático barco Aquarius), a las cientos de miles de entidades surgidas de manera altruista y generosa consagradas a formar un dique de contención sólido ante el asedio a las libertades de las personas… a toda esa gente hay que sumarle las manos de nuestros sacerdotes prendidas a los agonizantes.

Tenemos que ser optimistas viendo el contraste de gestos: los unos ocultando muertos, falseando datos y escondiéndose de cualquier daño que pueda ocasionarles una foto junto a la desgracia de tantos cientos de miles de fallecidos; y los otros liberándose de las mascarillas, los guantes y las gafas.


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