miércoles, 16 de septiembre de 2020

hay que reconocer su mérito al diablo

 

17 de octubre 1.991. Madrid.

A primera hora de la mañana un artefacto explosivo acaba con la vida del Teniente del Ejército de Tierra Francisco Carballo.

En el momento del atentado, María Jesús González, funcionaria de la Dirección General de la Policía escucha la noticia mientras desayuna con sus dos hijas, Virginia e Irene, esta última de 12 años de edad. Virginia habla a su madre de no ir ese día al colegio; “quizá nos maten a nosotras”-“sólo matan a gente importante, arréglate y marcha al colegio” contesta la madre.

A las 8,50 María Jesús e Irene montan en su Seat 127 rojo. Solamente recorren 300 metros. Una bomba adosada a los bajos del vehículo en el que viajaban estalla y revienta a madre e hija. La cercanía del sitio del atentado a los colegios San Juan García y La Anunciata hacen que muchos testigos contemplen la escena. Ambas son trasladadas al Hospital Gómez Ulla en estado crítico.

En la acera, junto a un inmenso charco de sangre, una vecina recoge el cuaderno de la niña en donde se lee: “Ernesto lleva el coche a una gasolinera en la que el litro de gasolina cuesta 30 pesetas. ¿Cuánto tendrá que pagar si el surtidor marca 20 litros y ¾ de litro?” con la libreta en la mano, la mujer ha contemplado horrorizada que a la niña le faltaban las dos piernas.

En las semanas anteriores al atentado, la policía tuvo conocimiento de papeles encontrados a miembros de la banda terrorista ETA en los que se alentaba a sus miembros a “atentar con muerte en Madrid porque los efectos publicitarios y psicológicos son mucho mayores y “el daño” se multiplica”.

José Javier Ariakuren Ruiz (Kantauri) fue detenido el 9 de marzo de 1.999. Soledad Iparraguirre (Amboto) en 2.004. Ambos fueron condenados como autores de la colocación de aquella bomba lapa.

Aquel otoño de 1.991 Arnaldo Otegui era miembro activo de la banda terrorista ETA; Pablo Iglesias, con 14 años, se trasladaba con su familia a vivir a su “querido barrio de Vallecas” e ingresaba en la Unión de Juventudes Comunistas de España (UJCE); Pedro Sánchez estudiaba primero de Empresariales en el Centro Universitario de El Escorial en San Lorenzo de El Escorial, centro universitario privado adscrito a la Universidad Complutense de Madrid y al que solo tienen acceso hijos de familias acomodadas de la capital.

España entera está consternada por el atentado.

En la prensa se recogen datos de la pequeña; se habla de su carácter discreto y sus aficiones: la música moderna, tocar el piano y su baloncesto, para lo que sus 1,70 de estatura auguran buenas facultades. Aquella referencia a la afición de Irene, animan a la persona encargada del primer equipo de baloncesto de la ciudad de Valladolid a acercarse a Madrid y llevarle personalmente una camiseta firmada por la plantilla del primer equipo.

A través de un buen amigo, esta persona consiguió el permiso para acceder al Hospital Gómez Ulla donde estaba ingresada Irene. Una semana más tarde de aquel 17 de octubre, el hombre pasó los dos controles ubicados en el Centro Hospitalario: el primero en la puerta del propio Hospital y otro segundo en el acceso a la habitación 525.

Las persianas de la habitación caían hasta prácticamente su parte más baja. Las estrechas aberturas de las rejillas provocaban una oscuridad a la que el hombre tardó unos segundos en habituarse. La habitación era muy austera. Al fondo, a la derecha, estaba tumbada la niña; boca arriba. Los brazos paralelos al cuerpo reposaban sobre una sábana blanca. Tenía unas manchas de heridas en la parte derecha del rostro y un vendaje muy aparatoso en su mano izquierda, apósito que cubría una extremidad carente ya de tres dedos. Junto a la niña: la única compañía de una mujer sentada. La sobria decoración consistía únicamente en un crucifijo que presidia la cama.

Ni las palabras del hombre explicándole el motivo de la visita alteraron la mirada de Irene fija en el techo. El hombre entregó la camiseta a la señora sentada. Antes de despedirse acarició el hombro de la niña y la pequeña giró la cabeza, miró unos tres segundos al desconocido y cerró los ojos. Un muy corto espacio de tiempo, pero suficiente para revelar una mirada envejecida instalada en sus ojos.

Súbitamente la atmosfera de la habitación cambió a una gelidez extrema y por un momento pareció como si una cuarta persona vagara por la estancia. Se sintió la presencia de una fuerza, una energía y una violencia bajo la que se cobijaba una autoridad desnaturalizada capaz de recordar a los humanos que la MALDAD HUMANA NO TIENE LÍMITES.

El camino de vuelta del hombre a Valladolid fue desmoralizador. En la carretera de La Coruña (A1) paró en una cafetería, pidió un café y en el tiempo que tardaron en traérselo, fue al baño y vomitó.

Hoy, 29 años después, al contemplar como Pedro Sánchez, Pablo Iglesias y Arnaldo Otegui ajustan los acuerdos que permitirán acomodarse a los tres en el poder, vuelvo a sentir aquella gelidez extrema, desnaturalizada, imagen viva y presente del talento y la capacidad del MAL, que sentí cuando observé horrorizado como la sábana que tapaba a Irene Villa a partir de la cintura se acomodaba al colchón mostrando la inutilidad de su función: tapar ambas piernas. Hoy tengo idéntica sensación de aflicción al recordar la mirada de aquella niña pidiendo explicación a tanta injusticia y dolor.

Pasado tanto tiempo es imposible prescindir de la vergüenza, el rubor y el bochorno que produce pertenecer a idéntica especie humana que estos tres personajes de nuestra política.

por respeto a Irene Villa y a todas las víctimas del terrorismo de ETA no hemos querido incluir en nuestra presentación imágenes del propio atentado del 17 de octubre del 1.991



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