martes, 8 de septiembre de 2020

María Dolores de Cospedal

 

Hace algunos años tuve la responsabilidad de coordinar las actividades extraescolares de un de los cuatro centros educativos del Colegio San Patricio; concretamente el que se encuentra en Toledo. El conjunto de colegios que forman este grupo son considerados todos los años entre los 3 mejores de España y en muchas ocasiones han ocupado el primer lugar.

Entre las actividades que realizaban los alumnos figuraba, y figura, una academia de música con excelente reputación.

Para el final de curso, la citada academia celebraba un concierto abierto a las familias en donde cada alumno interpretaba varios fragmentos musicales. La particularidad  consistía en que todos los escolares, independientemente de su edad, conocimiento o habilidades musicales tenían sus 10 minutos de renombre.

El Director de la Escuela de Música, y para evitar discriminaciones, organizaba de manera rigurosa y precisa el orden de las actuaciones según el apellido del intérprete.

Andábamos, pues, aquel día de “concierto” inmersos en una mañana de ajetreo en los preparativos de la tarde, cuando la secretaria del colegio recibió una llamada de la Secretaría General del Partido Político por aquel entonces en el poder solicitando hablar con la persona responsable de las actividades extracurriculares. No fue posible localizarme por lo que la persona en cuestión aclaró el motivo del interés en contactar con el colegio: el hijo de un alto cargo del Gobierno, y Ministra del mismo, tenía serios compromisos de Estado que le imposibilitaban acudir al concierto en donde su hijo tenía previsto intervenir a las 18.15; su petición iba dirigida a estudiar la posibilidad de aplazar el orden de la aparición del niño y situarlo lo más cercano a las 20.00 horas, hora en la que sí podría estar presente. La secretaria invocó a la posibilidad de que “el responsable” pudiera atender a la Ministra a una posterior llamada a las 13.00.

En el intervalo de tiempo transcurrido hasta la conversación prevista, tuve dos reuniones: la primera con la directora del centro que me indicó solucionara de la mejor manera posible la cuestión dejándonos al Director de la Escuela de Música y a mí la responsabilidad de la decisión. La segunda reunión fue con el Director de la Escuela con el cual, además de tener una muy buena y fluida comunicación, nos unía (y une) una sólida amistad; “apoyaré lo que decidas”.

A las 13.00 hablé con la Sra. en cuestión. Al mostrarle mis dudas sobre la conveniencia de efectuar una excepción con un niño, y el precedente que suponía esta decisión, la Ministra entendió la problemática y me animó a mantener el orden tal y como estaba. Recuerdo que mi exposición iba encaminada a manifestarle mis dudas para finalmente expresarle mi voluntad de efectuar ese cambio. Las circunstancias me parecían lo suficientemente excepcionales como para disponer ese antecedente a favor del contento del niño. Pero a decir verdad, la Sra. no me dejó ni finalizar mi argumentación… “entiendo que no se deben de hacer excepciones”

De forma que el pianista, por cierto con unas dotes fantásticas para la música, tuvo sus 10 minutos de gloria a las 18.15.

Y allí, entre el público, estaba su madre.

Al término del concierto me dirigí a la Ministra para “disculparme” por no haberle facilitado una solución más satisfactoria. Ella, por segunda vez aquel día, no me permitió entrar en razonamientos, y felicitó al Director de la Escuela de Música por los avances que había comprobado en su hijo y me transmitió su satisfacción por haber “respetado el orden de las actuaciones”.

Aquella persona era María Dolores de Cospedal.

Hoy, 8 de septiembre del 2.020, nos levantamos con la portada de EL PAÍS en donde se recoge a toda plana que el fiscal anticorrupción Ignacio Stampa solicita la imputación de María Dolores de Cospedal por una serie de “presuntas irregularidades” acaecidas hace 8, 9 años.

El que crea que es casualidad que este sr. Stampa que dirige esta inculpación  es el mismo que mantenía una muy fluida y más que cercana relación con Marta Flor (la misma que anda inmersa en ese revoltijo judicial escabroso del vicepresidente Iglesias), abogada de Unidas Podemos, está en su perfecto derecho a hacerlo.

Con la misma razón que les asiste a estos ingenuos y crédulos ciudadanos, me afianzo  en el sonrojo, bochorno y vergüenza ajena que me produce comparar el estilo y las formas de cualquiera de estos soberbios, altivos, narcisistas e inaccesibles presidentes, ministros y vicepresidentes actuales con el de María Dolores de Cospedal.



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