sábado, 3 de octubre de 2020

y pescó un buen pez

 

Febrero de 1.981. Ferrol

La hospitalaria ciudad gallega vivía momentos afortunados. Gran parte de la población vivía directa o indirectamente de Astano (astillero que firmaba pedidos de los mayores buques del mundo) y Bazán (sociedad estatal española que se dedicaba a la construcción naval militar).

Al mismo tiempo, la ciudad de escasos 90.000 habitantes, vivía un boom deportivo inimaginable: la realidad de sostener un equipo de baloncesto en la máxima competición nacional.

Cada quince días, el “todo Ferrol” se reunía en el campo de “La Malata” situado en el recinto ferial de Punta Arnela, para dar alas a aquel grupo de jugadores. El aforo, 12.000 espectadores, se cubría un día sí y otro también.

A pesar del enorme interés que despertaba aquel grupo de deportistas, se consiguió que  los entrenamientos fueran a puerta cerrada… o casi. En medio de las gradas vacías siempre acudía una chica de unos 20 años. Al término de los entrenos era costumbre que los jugadores acudieran a un bar cercano (O´Xantar); y allí, con fidelidad absoluta, acudía la chica de la grada. Simpática, divertida y cercana se hizo un hueco entre los jugadores. Aunque la política no era un tema muy habitual de conversación, recuerdo que fue en O´Xantar donde escuché por primera vez un ataque furibundo al rey, por aquel tiempo Juan Carlos I. La protagonista de aquellas agresiones e injurias fue la apasionada seguidora. Las soflamas más suaves que proclamaba era del tipo “hay que cortarle la cabeza”.

Y fue entonces cuando vivimos aquel 23F, en donde un grupo de Guardias Civiles tomaron el Congreso de los Diputados.

Al entrenamiento acudió el presidente que suspendió el entreno. A mí, entrenador por aquel tiempo de aquel equipo, me invitó a pasar aquella noche en la Comandancia de Marina y así seguir en vivo y en directo los acontecimientos. Al salir del pabellón se me acercó la fiel aficionada y me pidió la fuera llamando a lo largo de la noche para informarle de lo qué estaba pasando.

A media noche el Rey Juan Carlos I se presentó ante todos los españoles y dio por finalizado el golpe de Estado. Llamé a la muchacha y pude comprobar el alivio que sintió.

La vida me llevó después a Valladolid y más tarde a Madrid. Mucho tiempo después supe de la apasionada aficionada. Al parecer su simpatía y carácter la llevó a superar contratiempos que la vida le produjo. Sin llegar a convertirse en firme defensora de la Monarquía, sí me consta que al escuchar ataques al Rey guarda un prudente silencio. Entre sus mil intentos de buscarse la vida y salir adelante, intentó entrar en política. De la mano de un sindicalista se afilió al BNG (bloque nacionalista gallego); con la misma fidelidad apasionada que acudía a O´Xantar siguió a su protector allá donde fuera menester. Amplió sus deseos de “cortar cabezas” al gremio de empresarios… hasta que un mañana su padrino apareció defendiendo a los patronos; con coche oficial y secretaria, el sindicalista se había convertido en empresario y andaba negociando con los trabajadores para ver cómo conseguir que trabajaran más cobrando menos. Harta de “cortar cabezas”, la entusiasta aficionada aceptó con resignación que había elegido mal a su protector.

Sin embargo hay algunas que sí son más hábiles que la simpática ferrolana.

Irene Montero se afilió muy joven a las juventudes comunistas. Y allí se enganchó a la rentable moda del feminismo radical. Mañosa ella, supo acercarse al protector más poderoso y a la vez más influenciable. Al grito de “no codifiquemos el cuerpo de las mujeres porque constituyen violencia machista” o ”solas y borrachas queremos llegar a casa”, se infundió de una imagen que diera más fuerza a su mensaje: orgullosa mostró sus axilas sin depilar e indumentarias desaliñadas. Sus primeras apariciones mediáticas sirvieron para ir conociendo a una mujer enemiga acérrima de todas aquellas féminas que vivían de sus parejas. Hostil a la familia tradicional, proclamaba altiva la inquina hacia los hombres, “presuntos abusadores” y peligrosos manipuladores de las mujeres.

Irene, al contrario que la ilusa ferrolana, pescó buen pez.

Feliz madre de tres niños, dichosa propietaria de una vivienda, accedió a un extraño ministerio gracias a la gestión de su pareja. Orgullosa de ser “la mujer de” dejó atrás las vestimentas desaliñadas, se depiló las axilas y entendió con brillante y lucida listeza que saborear el poder de la influencia es tan grande y estupendo que merece la pena hasta incluso mirar para otro lado cuando el protector, hoy su pareja, ocupa su tiempo en el Congreso con miradas lujuriosas a las mujeres que por allí pasean.

Experimentar el poder descontrolado es un placer colosal que te permite ser ministro, PERDÓN: MINISTRA, de igualdad y poder echar una mano a tus colegas de pancartas feministas que gobiernan en Valencia. Estas “prodigio de feministas” valencianas impidieron se buscaran responsabilidades políticas a los acosadores y abusadores sexuales de 15 menores tuteladas.

Parafraseo un comentario de un buen amigo hace escasas fechas al echar un ojo a las fotos de Irene Montero: “está bien guapa…¡¡quién fuera vicepresidente para colocarla a mi vera!!” 



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